Al corriente: junio 20, 2018
En el siglo XVI, algunas de las mentes teológicas más brillantes de dicha época, empezaron a hacer una lectura diferente de la Biblia. El texto en sí no había cambiado, pero dada su experiencia en la Iglesia Católica Romana, el estudio que realizaron de las Escrituras y la obra del Espíritu Santo en sus vidas, comenzaron a desarrollar un nuevo entendimiento de la gracia de Dios y su libre oferta de salvación.
Entre quienes se habían comprometido a reformar la iglesia estaban los que querían una reforma más radical de la teología y la práctica, y anhelaban restaurar la clase de comunidades descriptas en el Nuevo Testamento. Eran hombres y mujeres que eran conocidos como anabautistas. Muchos de ellos perdieron la vida por dar testimonio de un camino nuevo.
Discípulos de Jesús
Los primeros anabautistas hacían una lectura radical de la Biblia. Consideraban que el reino de Dios se centraba en la iglesia en vez del Estado; y creían que el cuerpo de Cristo debía dar testimonio visible a su propia ciudadanía. Se consideraban discípulos de Jesús del presente y, debido a ello, le daban una importancia especial a las enseñanzas de Jesús: a la exhortación a vivir generosamente, al llamado a amar a sus enemigos, a su incentivo a participar en la labor de sanación, justicia y esperanza de Dios. Establecieron iglesias voluntarias basadas en la confesión de fe de los adultos. Practicaban la ayuda mutua. Practicaban la disciplina de la iglesia.
Como descendientes espirituales de dichos primeros radicales, esas ideas han influenciado nuestra tradición teológica y las prácticas de nuestra iglesia. Pero, casi quinientos años después, vivimos en un contexto muy diferente. La separación de la Iglesia y el Estado, como concepto teológico de las lealtades apropiadas, en mi contexto norteamericano, ha mutado en un concepto político, incorporado a la Constitución.
Antiguos enemigos, organismos eclesiales que perseguían a los primeros anabautistas, ahora son hermanas y hermanos en emprendimientos comunes, tales como las iniciativas relacionadas a la misión, proyectos de desarrollo comunitario, ministerios de salud y servicios humanos, y programas educativos.
Seguimos siendo testigos de la declinación de la cristiandad, una realidad política y cultural que privilegiaba al cristianismo, pero que también instaba –por cierto, valoraba positivamente– el consenso. Ha sido reemplazado por una sociedad cada vez más secularizada y una iglesia cada vez más secularizada.
De nuevo una lectura radical de la Biblia
No obstante, nuestro presente también nos exige una lectura radical de la Biblia con el espíritu de los primeros anabautistas. El texto no ha cambiado, pero los tiempos en que vivimos sí. Éstos nos llaman a comprometernos de nuevo con la Palabra de Dios y con nuestra propia tradición teológica para descubrir cómo podría brindarnos sabiduría para vivir como cristianos en el mundo, a fin de participar en la misión que invita a todas las personas a convertirse en seguidores de Jesús e hijos de Dios.
Imaginación activa y valentía para liderar
El anabautismo es tan necesario en el siglo XXI como lo fuera en el siglo XVI. La cuestión de la lealtad –a Dios o al Estado– no ha desaparecido. Para quienes vivimos en Estados Unidos, con su poderío militar, la tentación de depender del Estado para nuestra protección es especialmente grande.
Nos hemos acostumbrado a nuestros privilegios. En mi contexto, enfrentamos una sociedad cada vez más secularizada, y cómo ésta impacta en la iglesia. Nos fuimos acomodando al mundo. A veces es difícil resistirnos al atractivo de la sociedad de consumo, y vivir nuestra vida con sencillez y generosidad. Lamentablemente, aun en nuestra propia tradición nos encontramos peleándonos por diferencias teológicas, en vez de unirnos para proclamar el mensaje de que Jesús salva verdaderamente, y que por medio de él, las personas y comunidades pueden transformarse.
Hace falta una imaginación activa para poder vislumbrar las maneras en que nuestras congregaciones puedan llevar a la práctica su llamado a ser el cuerpo de Cristo, y necesitamos la valentía para liderar. La Biblia aún nos habla de estos temas.
Descentralizar el anabautismo
Algo más ha cambiado. Durante siglos, el anabautismo como movimiento teológico se incluía principalmente dentro de las tradiciones históricas de las iglesias menonitas y anabautistas. Sin embargo, actualmente el anabautismo está siendo adoptado por un grupo diverso de cristianos que se vinculan a través de redes en vez de denominaciones, y se están descubriendo a través de publicaciones y sitios web. Cristianos de todo el planeta han descubierto los conceptos bíblicos que dieron origen al primer movimiento anabautista, y procuran llevarlos a la práctica en sus propias comunidades de fe.
Estos neoanabautistas, o anabautistas “al desnudo” (según el término de Stuart Murray), permanecen integrados habitualmente en sus propias tradiciones eclesiales, pero se ven atraídos a la orientación y prácticas teológicas que hace mucho caracterizan a las comunidades anabautistas. Es emocionante vivir en una época en que los anabautistas “antiguos” y “nuevos” se reúnan para indagar, estudiar, aprender unos de otros, e impulsarse a amar y realizar buenas obras. Ello me da esperanzas para la iglesia y para el mundo.
Creo que es importante la lectura de la Biblia según la perspectiva del pensamiento y la práctica anabautistas, no para simplemente recuperar el pasado u honrar a nuestros antepasados espirituales; sino para que podamos vivir fielmente como seguidores de Jesús del siglo XXI. Que Dios nos conceda la valentía de dichos primeros reformadores radicales.
—Valerie G. Rempel, profesora del Seminario Bíblico Pacífico, de Fresno, California, EE.UU., y miembro de la Iglesia College Community y miembro de la Comisión de Fe y Vida del CMM.
Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en octubre de 2017.
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