Al corriente: noviembre 25, 2019
Como canadiense, generalmente me agrada sentirme identificada con mi país. Soy consciente también de que mis antepasados llegaron a este país desde Ucrania hace cien o ciento cincuenta años. Sin embargo, ellos no eran ucranianos; habían salido de Prusia, y anteriormente de los Países Bajos.
La migración forma parte de mi historia.
Como anabautistas, trazamos nuestra historia de migración por toda Europa y hacia el resto del mundo como colonos y misioneros. Como cristianos, podemos trazar el hilo de la migración hasta la iglesia primitiva, extendiendo el cristianismo a través del Imperio romano al dispersarnos más allá de Jerusalén. El Antiguo Testamento nos lleva aun más allá: el exilio en Babilonia, los años en Egipto, los viajes de Abraham; incluso, Adán y Eva abandonando el jardín del Edén es una especie de migración.
La migración forma parte de la historia humana.
Un migrante se define sencillamente como una persona que se desplaza a través de una frontera internacional, independientemente de que la estadía sea voluntaria o involuntaria, del motivo de dicho desplazamiento o de cuánto durará la estadía.
Por lo tanto, quizá no sea sorprendente que el número de migrantes hoy en día sea el más alto registrado en la historia. En 2017, había alrededor de 258 millones de personas, es decir, casi una de cada treinta viviendo fuera de su país de nacimiento por diversas razones: desde compartir el evangelio, buscar oportunidades económicas, huir de la guerra o la violencia, hasta procurar una vida más sostenible dados los efectos del cambio climático, entre muchas otras.
Los migrantes son vulnerables cualquiera sean sus razones para desplazarse. La ONU informa que a menudo son los primeros en perder sus empleos en caso de una recesión económica, se les suele pagar menos que a los ciudadanos nacionales y tienen más probabilidades de sufrir la vulneración de sus derechos humanos.
Conscientes de los muchos desafíos que enfrentan los migrantes en sus propios países, los líderes de las iglesias de América Latina elaboraron el tema, “En pos de la justicia: migración en la historia anabautista-menonita” para el evento de Renovación 2027, llevado a cabo en Costa Rica en 2019. El contenido de este número se basa en las presentaciones realizadas allí.
El Antiguo Testamento contiene exhortaciones específicas sobre el trato justo al extranjero que vive entre nosotros, y en el Nuevo Testamento hay muchos llamados a brindar hospitalidad y a amar a los marginados de la sociedad.
Citando este antecedente bíblico, Adriana Belinda Rodríguez llama a los lectores a responder a los migrantes que les rodean, obedeciendo el mandamiento de Dios de amar a los extranjeros.
También en el artículo de fondo, Jamie Prieto Valladares llama a los lectores a soñar en paz y a seguir a Jesús en busca de justicia para aquellos que han sido desplazados o marginados de la sociedad.
En los artículos de la sección Perspectivas, se podrá leer historias sobre nuestra familia anabautista brindando hospitalidad a través de la iglesia a los migrantes en Kenia, India, México, Alemania y Estados Unidos.
Los migrantes adoptan diversas formas y tienen muchas motivaciones. Algunas veces somos nosotros, otras veces son “los otros”, pero siempre el llamado de Dios es a amar. ¿De qué manera responderán los anabautistas de todos los rincones del mundo a dicho llamado?
—Karla Braun, redactora jefa de Correo y escritora para el Congreso Mundial Menonita, reside en Winnipeg, Canadá.
Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en octubre de 2019.
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