Al corriente: enero 16, 2020
En el marco de Renovación 2027, la migración masiva es actualmente motivo de preocupación para muchos países: forma parte tanto de la historia como del presente de los anabautistas menonitas. Hemos estado de ambos lados, tanto de quienes migran como de aquellos que les dan la bienvenida a sus vecinos en un nuevo hogar. En el evento, En pos de la justicia: migración en la historia anabautista-menonita, en San Rafael de Heredia, Costa Rica, el 6 de abril de 2019, oradores de todo el mundo dieron testimonios de migración.
“No hagan sufrir al extranjero que viva entre ustedes. Trátenlo como a uno de ustedes; ámenlo, pues es como ustedes. Además, también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor su Dios”. (Levítico 19,33-34)
El texto utilizado en los materiales para el Domingo de la Fraternidad Mundial 2019, se refiere a tratar a los extranjeros de la misma manera que a un ciudadano nativo. El texto también nos recuerda que no debemos olvidar cuando fuimos extranjeros en otro país.
Ser extranjero y acoger a los forasteros en mi mundo parecen dos lados de la misma moneda. A veces estamos de un lado, otras del otro.
Mi propia historia de vida muestra ambos aspectos.
Gris
Llegué a Alemania como extranjera. Aún era niña, pero nunca olvidé cómo me sentí al entrar en un nuevo mundo.
En el evangelio de Mateo dice, “anduve como forastero, y me dieron alojamiento” (c. 25 v. 35). Este pasaje se volvió realidad en mi vida.
Cuando tenía diez años, mi familia emigró desde Rusia a Alemania. Mis padres, refugiados alemanes de guerra en Rusia, hablaban alemán entre ellos. Sin embargo, para mí el alemán era un idioma extranjero.
Recuerdo muy bien mi primer día de clases en Alemania. Mis compañeros intentaron comunicarse conmigo usando sus manos y pies.
Estábamos a punto de asistir a una clase de educación religiosa. En Alemania, los niños tienen la oportunidad de elegir entre lecciones católicas o luteranas.
Mis compañeros me preguntaron: ¿eres católica o luterana? Yo no sabía qué responder. ¡Era menonita!
Necesitábamos una solución a este problema, así que me preguntaron: ¿Cómo oras en casa: así o así?
Les mostré cómo orábamos, y ellos decidieron que debía ir a la clase luterana.
En la escuela dominical, me hice amiga de una niña alemana. Ella venía a visitarme y me invitaba a su casa. Me sentía extraña en este nuevo entorno, pero ella no se alejó a pesar de mis reservas. Nuestra relación creció y seguimos siendo amigas hasta el día de hoy.
Muchos años después, en un día de invierno, una de mis compañeras de clase dijo: Qué día tan frío, parece que estuviéramos en Siberia. Yo respondí: “Creo que en Siberia hace un poco más de frío”. Como si lo supieras, dijo. “¡Claro que lo sé! Yo nací allá”. De ninguna manera, afirmó. Tuve que mostrarle mi pasaporte para probarlo.
Ese día, me di cuenta de que era una extraña solo en mi cabeza. Había dejado de ser una extraña para los demás hace mucho tiempo. Darme cuenta de esto cambió mi vida.
Aprendí que pertenecer es una calle de doble vía. Que pertenezca o no, no solo depende de que los demás me acepten, también depende de mí, si acepto la invitación.
Fui extranjera, pero ustedes me recibieron.
Una vida llena de color
Hace tres años, en un frío y gris fin de semana de enero, un taller causó emoción a la gente de nuestra iglesia. Aprendimos a hacer unas hermosas mantas nuevas –como edredones o colchas–, hechas de trozos de tela viejos.
Esta emoción no ha disminuido. Cuatro veces al mes, un grupo de mujeres (miembros de la iglesia, vecinas y refugiadas) se reúne en nuestra iglesia para cortar, crear diseños, coser, hacer nudos y confeccionar las mantas.
Las mantas le dan color a nuestra vida.
Es divertido ser creativas y al mismo tiempo vivir una experiencia comunitaria.
Es un trabajo que tiene sentido, porque podemos ayudar a los demás. El Comité Central Menonita y las organizaciones europeas de ayuda humanitaria distribuyen las mantas en los campos de refugiados en Siria y Grecia, para brindarles calidez, color y amor.
¡Así es, amor! Podría ser más fácil y barato comprar las mantas, pero éstas no contendrían amor.
Hay amor en cada cuadradito de nuestro trabajo. Cuando cortamos la tela, creamos diseños y hacemos nudos, pensamos en las personas que recibirán las mantas. Nos interesan sus vidas y sus historias. Y este amor está presente en la distribución de las mantas.
Las mantas traen color a los campos de refugiados, y también traen color a la vida de los refugiados en Alemania que se han unido a nuestro grupo. Es una manera en la que pueden hacer algo por sus amigos que todavía están buscando un lugar de refugio. A la vez, hacen nuevos amigos en el nuevo país de residencia, practican el idioma y comparten sus propias historias.
Cuando nos acercamos unos a otros con toda nuestra diversidad y nuestro amor, y persistimos en establecer relaciones humanas, experimentamos un cambio en nosotros mismos y en los demás. Los extraños se vuelven amigos.
De ambos lados, necesitamos valor para superar el gris de lo desconocido y aprender a conocer los colores del otro. Podemos dar y recibir una vida llena de color.
Y estoy segura de que de la misma manera, Dios nos invita a establecer una relación con él y a conocer su vida llena de color.
*El título proviene de un poema escrito por Ingrid Ellerbrock, “Grau muss nicht grau bleiben”.
—Liesa Unger, Directora de Eventos Internacionales para el Congreso Mundial Menonita, es pastora de Mennonitengemeinde Regensburg en Alemania. Ella fue una de las oradoras en Renovación 2027, En pos de la justicia: migración en la historia anabautista-menonita, en San Rafael de Heredia, Costa Rica, el 6 de abril de 2019. Las columnas de esta sección se adaptaron de su presentación.
Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en octubre de 2019.
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