La gracia en el centro de nuestro testimonio

“¡Los primeros anabautistas practicaban el lavado de pies tal y como lo hacen los benedictinos hoy día!”, exclamó el [Padre] Augustinus [Sander], monje benedictino que conocí en Suiza, quien acababa de encontrar a Michael Sattler en Internet.

“No es de sorprenderse”, le dije, “puesto que Sattler pertenecía a la orden benedictina”.

Sattler fue el autor principal de los influyentes Artículos de Schleitheim de 1527. Allí, los anabautistas convocaban a decir la verdad, a rechazar la violencia, a rendir cuentas a la comunidad, a la separación de la Iglesia y el Estado, y a una vida santa en obediencia a Jesús. Para el hermano Augustinus todo aquello reflejaba las prácticas de su orden religiosa.

Los primeros anabautistas se marcharon o fueron expulsadas de los monasterios y congregaciones de la Iglesia Católica Romana, a menudo en circunstancias dolorosas o incluso fatales. Pero los anabautistas retuvieron este ideal muy monástico: que era posible –esencial– que los cristianos tomaran en serio el Sermón del Monte (Mateo 5–6) y otras enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la ética, la no violencia, la comunidad y la santidad.

Padre Augustinus y J. Nelson Kraybill

Los anabautistas no querían tanto deshacerse de los ideales monásticos de un estilo de vida disciplinado, sino más bien que todos los cristianos vivieran en obediencia a Jesús semejante a la de un monje.

Me alegra que actualmente las personas de tradición menonita, católica, luterana, reformada y otros cristianos a menudo encuentren formas de comunión y colaboración como hermanas y hermanos en Cristo. Tenemos mucho que aprender de Augustinus y de otras personas de todo el mundo, que comparten el más elevado nivel de obediencia al camino de Jesús.

Augustinus y yo fuimos invitados ecuménicos en una reunión de luteranos. Si les preguntáramos qué es lo distintivo de su tradición, lo más probable es que les escuchemos decir, “la salvación por la fe mediante la gracia”.

Los menonitas también lo creen.

Pero a veces enfatizamos tanto la construcción de la paz y el servicio como sellos distintivos del evangelio, que nos olvidamos de la gracia. Nos olvidamos que todavía somos pecadores cuya relación correcta con Dios y con otros seres humanos viene solo por la gracia mediante el poder del Espíritu Santo, no por nuestras buenas intenciones.

—J. Nelson Kraybill, presidente del CMM (2015–2021), reside en Indiana, EE.UU.

 

Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en abril de 2020. Haga clic aquí para leer otros artículos de este número

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