Al corriente: julio 26, 2023 | Categoría: Recurso de adoración
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Ser una familia: redibujando los imaginarios y las fronteras
Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando acudieron su madre y sus hermanos, que deseaban hablar con él. Como se quedaron fuera, alguien avisó a Jesús:
—Tu madre y tus hermanos están ahí fuera, y quieren hablar contigo
Pero él contestó al que le llevó el aviso:
—¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?
Entonces, señalando a sus discípulos, dijo:
—Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
(Mateo 12,46-50, DHH)
Hace muchos años, estaba tomando una clase de psicología de familia en una universidad de Colombia. Una de las herramientas que estábamos aprendiendo consistía en dibujar nuestra “red social”.
El ejercicio consistía en imaginarse a uno mismo pasando por un momento difícil en la vida y luego dibujar, usando diferentes símbolos, a las personas que uno identificaría como parte de su red de apoyo. Debíamos incluir tanto a personas que reconocíamos como muy cercanas a nosotros, así como a personas que se percibían como un poco más distantes pero que de alguna manera estaban presentes en momentos de dificultad. Esta sensación de proximidad/distancia se veía reflejada en el dibujo. Las personas más cercanas fueron representadas cerca del centro del papel, mientras que las personas percibidas como más distantes fueron ubicadas más lejos del centro.
Una de las áreas de enfoque de este ejercicio era la familia, y la función que cumplen los miembros de la familia como red de apoyo. A medida que fuimos completando el ejercicio, fue fascinante ver las diferentes composiciones y formas familiares entre nosotros. Algunos dibujaron a sus amigos como familia: mis compañeros de clase sentían que estos amigos eran tan cercanos que podían ser percibidos como familia. Otros no incluyeron a alguno de sus padres o parientes en absoluto porque no los percibían como un apoyo o quizás porque la relación estaba dañada o rota.
¡El resultado fue que todas las familias eran únicas! Ninguno de los dibujos era igual a los demás.
Si hiciéramos este ejercicio en nuestras iglesias, el resultado probable también serían diferentes dibujos e imágenes de familias: ¡serían diversos y todos hacen parte de nosotros!
Al ver esto, el profesor preguntó: ¿qué es la familia y quién puede pertenecer a ella?
Después de discutir algunas respuestas de los estudiantes, el profesor concluyó: la familia no se trata tanto de compartir el ADN como de la percepción, de la calidad de los vínculos con la gente.
En otras palabras, era más importante identificar lo que las personas percibían como su “familia” en momentos de angustia que saber con quién estaban relacionados biológica o legalmente.
Esta respuesta me lleva de regreso a Mateo 12 y cómo Jesús desafía y redibuja algunas de las imágenes de familia que tenemos.
En primer lugar, como podemos ver en la pregunta y la respuesta de Jesús mismo con respecto a quiénes son su madre y sus hermanos, la familia no está prescrita por una estructura biológica o legal determinada, sino que está determinada por la calidad de las relaciones.
En lugar de usar las imágenes comunes sobre la paternidad o la hermandad de su tiempo, Jesús enfoca más la atención en las relaciones con sus discípulos y seguidores. Jesús enfatiza cómo dichas relaciones son tan significativas que pueden describirse como lazos familiares. Buscar dar testimonio de la voluntad de Dios parece ser un factor importante para que las personas se unan a la “familia” a la que se refiere Jesús.
Al vivir en un mundo que presta tanta atención a ciertas imágenes de la familia (olvidando cómo la construcción social ha moldeado nuestras ideas de quién está incluido y qué se supone que es una familia), tendemos a perder de vista lo que se encuentra en el centro: las relaciones. La calidad de las relaciones, no una estructura o composición determinada, es lo que hace de una “familia” un espacio en el que las personas pueden encarnar relaciones justas y pacíficas entre sí, dando testimonio del shalom de Dios.
Enfatizar la justicia y la paz como la voluntad de Dios es algo que hemos aprendido de muchos hermanos de fe anabautista-menonitas en diferentes épocas y contextos. En este sentido, no es sorprendente que podamos referirnos a nuestras comunidades y congregaciones como familias “elegidas”, como padres y hermanos con quienes nos hemos comprometido a caminar y quienes se han comprometido a caminar con nosotros, mientras buscamos dar testimonio de la voluntad de Dios juntos.
En segundo lugar, la familia no se caracteriza por la ausencia de conflicto o tensión, sino más bien por cómo estos son abordados.
Al igual que el ejercicio en la clase de psicología, la pregunta clave no era si las relaciones familiares estaban libres de conflictos, sino qué tan cerca percibimos a los demás miembros de la familia, especialmente cuando buscamos apoyo. Esto significa que los lazos de la familia se ponen verdaderamente a prueba en medio de momentos y experiencias difíciles, y cómo se manejan.
Los desacuerdos y tensiones existían entre los discípulos y entre los discípulos y Jesús. Algunos de ellos están registrados en las historias bíblicas. La existencia de estas diferencias no puso en riesgo la percepción de Jesús de la paternidad y la hermandad con sus discípulos y seguidores. Según las palabras de Jesús, lo que permitió este sentido de familiaridad más allá de los conflictos y las tensiones es la honestidad y profundidad de nuestros intentos de discernir la voluntad de Dios en medio del conflicto.
Discernir la voluntad de Dios y cómo testificar de ella no siempre es fácil dentro de nuestra familia mundial anabautista-menonita.
En muchas ocasiones, existen diferentes percepciones sobre cómo se debería encarnar ese testimonio y qué implica en diferentes contextos. Y, sin embargo, al decidir caminar juntos como seguidores de Jesús, hay un compromiso y una voluntad de lidiar con las tensiones y los conflictos de manera coherente con el shalom de Dios.
Enfatizar la calidad de las relaciones como dimensión clave para comprender lo que significa ser familia implica ser conscientes de la necesidad constante de nutrir y cuidar nuestras relaciones. Si bien a veces podemos estar más distantes, o percibir al otro como distante, siempre existe la posibilidad de volver a acercarnos, de cambiar las dinámicas.
La restauración, la sanidad y la reconciliación son señales de esto. Estas son posibles dones a ser experimentados a medida que nos involucramos activamente en reconocer la existencia de heridas y buscar sanarlas, siendo transformados en este proceso.
Y tercero, ser familia es un proceso dinámico, no una realidad estática.
Otra implicación de ver cómo Jesús enfatiza a la familia como personas que dan testimonio de la voluntad de Dios es que los límites de la familia se pueden volver a trazar. Podemos relacionarnos y encontrar nuevas relaciones en otros que también buscan dar testimonio de la voluntad de Dios. Las personas con otros trasfondos, de otros contextos, congregaciones e iglesias pueden ser familia ya que testifican del propósito de Dios.
No podemos contener ni restringir la voluntad de Dios. Eso significa que nuestra familia siempre puede ser más grande de lo que esperamos o imaginamos.
Cuando pensamos en dar testimonio del shalom de Dios, se nos recuerda que la “paz” no es simplemente un tema anabautista-menonita. Es más bien la voluntad de Dios, lo que significa que puede ser encarnada y abrazada entre diferentes personas. En ese sentido, las personas de otras denominaciones y religiones también pueden dar testimonio de la paz de Dios y son, por lo tanto, nuestra familia potencial. Pueden ser nuestras “tías”, “tíos” y “primos”, en una imagen extendida de la familia.
Que nuestro Dios de paz nos guíe y nos fortalezca a medida que nutrimos los lazos con una familia cada vez más grande de hermanos y parientes que están discerniendo la voluntad de Dios.
—Andrés Pacheco Lozano es asistente de investigación de la Cátedra de Teología de Paz y Ética en la Universidad VU de Ámsterdam y docente del Doopsgezind Seminarium (Seminario Menonita Holandés). Andrés es codirector del Centro de Estudios sobre Religión, Paz y Justicia de Ámsterdam e investigador posdoctoral en el Centro de Teología de las Iglesias de Paz en la Universidad de Hamburgo (Alemania). Miembro de la Iglesia Menonita de Colombia, vive en los Países Bajos.
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